Por Michael Sixto
El amolador de tijeras me pregunta mi nombre. Su rostro está manchado de hastío, de millones de horas de estar sin estar. El amolador de tijeras tiene una sonrisa breve pero cálida y sincera a la vez. En la claridad de la mañana caminamos juntos sin conversar, él y yo, y nos olvidamos de la calle mustia de ayer. Cuando nos sentamos en el parque me habla de su mujer muerta, del hijo que casi nunca ve, de los clientes que no son como antes. El amolador de tijeras me pregunta mi nombre. Yo continuo reviviendo pedazos de pasado mientras escucho. La casa vacía, las sombras pegadas a la pared…sensaciones de antaño se le desaguan por los ojos pequeños perdidos en la lejanía; y todo sigue igual. Dos extraños que se conocen de toda la vida somos él y yo. Llega una anciana envuelta en un chal de seda y le muestra unas tijeras de plata. “Cuánto me sale esto”-le dice sin saludar- “Hoy no trabajo”- le contesta él. La anciana se marcha sin despedirse. La mañana aun no se acaba. El amolador de tijeras me pregunta mi nombre… y no sé qué contestar.