Por Michael Sixto
Los gritos llegan desde lejos en un augurio pospuesto. No me asusto, pero estoy alerta. Es sencillo muchacho- me dice una anciana detrás del cristal. Son días de lluvia y zozobra, son días de andar. Un enorme campo verde se abre ante los ojos y no lo puedo creer. Me dispongo a transitarlo aunque no pueda hoy arribar a destino alguno en este torrencial aguacero. Hay quien grita allá, hay quien escucha el eco acá. Como perros ladrando en la noche nos comunicamos. Y a todos nos parece la única opción, aun cuando unos se quedan y pocos decidimos escaparnos. Los edificios desfigurados se caen a pedazos; la lluvia les arranca el alma que es todo lo que les va quedando, pero aquí no hay enemigo. Mas bien todos corremos en la misma rueda de hámster. Seguro desde arriba alguien nos mira y se ríe a carcajadas. ¿Lo inevitable? Quizás. Cuando salga el sol, si es que sucede otra vez, las calles se irán secando y por unas horas, por unas horas solamente, todo permanecerá tranquilo y consistentemente pulcro. La fresca brisa nos hará recordar la tormenta pasada regalándonos una sonrisa de satisfacción. Muchos regresarán intoxicados de vida creyendo que lo peor ya pasó, entre ellos yo. Entonces los gritos llegarán una vez más porque la lluvia no pudo silenciarlos y como la historia sin fin nos quedaremos en nuestros sitios… aunque inútilmente intentemos dispersarnos.
Es que es un cliclo… ¿no? (Pero no todos lo ven así)
Todos vemos las mismas cosas con ojos diferentes… eso es lo que nos hace grandes, ¿no crees?