Por Michael Sixto 
La ciudad va desapareciendo poco a poco, como la niebla que nos rebela lo que ha quedado. Tú, disimulada entre los jardines, te me cuelas por los poros tarareando una canción. La noche se aproxima, también la seguridad de encontrarnos solos en la ciudad que se apresura. He dejado de girar y de sonreírle a extraños. He presenciado el caos y aquí estoy, a merced del silencio que nos aprisiona. La verdad es que siempre he sido un ser imperfecto. Uno de esos que luce como réplica de un reloj caro: perfectamente normal hasta que te detienes a reparar sus hendiduras. Un hombre farsa quizás… definitivamente no lo que proyecto. Entonces vienes tú, salida de la nada y me prometes que en mis manos está la salvación del mundo, que viene a ser salvarte a ti de las sombras en la ciudad maldita. Te enfureces cuando me niego señalando con el índice la tempestad que se avecina. Las paredes caen como hojas en otoño y el corazón se me quiere salir del pecho, mas tú sigues ahí, prendida del momento como si nada más importara. La ciudad ya casi no es ciudad. Montañas de escombros crecen frente a nuestros ojos y aun juras que en mis manos está la solución. Te pones de rodillas e imploras. Lloras. Saltas desesperada. Me tiras de las ropas. Me golpeas una y otra vez hasta hacerme sangrar. Intento detenerte pero no lo consigo. Entonces los restos de la ciudad se nos vienen encima en estos últimos segundos mientras nos fragmentamos.
La ciudad va desapareciendo poco a poco, como la niebla que nos rebela lo que ha quedado.