Por Michael Sixto
Hay quienes cuentan historias ajenas para sobrevivir la suya propia. Cuentos narrados con miedo, con pasión, con esperanza, con desespero. Historias de final feliz, historias sin final, historias sin principio, historias para chicos y grandes. Hay quienes viven solo de contar historias y mueren un día en la soledad de sus palabras y es ese su único legado. Es un hábito aprendido ese de contar historias. De generación en generación, los unos le han dicho a los otros la realidad de su existencia. Aquellos no tan conformes han cambiado un poco los detalles. Aquellos realmente inconformes han inventado todos los detalles. Y hay quien simplemente ha contado, no una mentira, sino algo mejor.
Hay quienes cuentan historias porque es el único refugio, o el último recurso, o la única verdad. El ser cotidiano que nos atropella entre mediocres despertares vive en nuestros adentros y lucha por el control. Por eso nos resistimos y cada palabra se hace un disparo y cada oración convertida en idea ya, se nos presenta como un todo sin deseos de soltar. Hay quienes cuentan historias ajenas conscientes del dolor, conscientes de la censura, del odio y el rencor.
Hay quienes cuentan historias ajenas… sabiéndose no sobrevivientes de la suya propia.